viernes, 29 de julio de 2011

Soldados de Roble

Estaba Esteban sentado sobre una piedra plana, a orillas de un riachuelo. El cuello lo estaba descansando hacia atrás y miraba directamente hacia arriba. Estaba llorando y las lágrimas se le extraviaban entre su cabellera castaña. Su voz estaba desgastada por los gritos guturales que había soltado durante todo el día de hoy. Ahora el bosque lo rodeaba y los árboles le bloqueaban de todo; el viento se perdía entre la madera de roble, el sol era absorbido por las hojas que querían hacer fotosíntesis, el ruido se hacía silencio constantemente y por veces lo único que podía escuchar era su corazón que latía fuerte y rápido por el temor y el cansancio.
No podía entender cómo había terminado allí, no podía entender en realidad, cómo habría pasado todo eso. Si en la mañana todavía estaba en Santiago preparándose para viajar al sur junto a su hermana. Llevaban siete horas consecutivas de viaje y se le ocurrió parar a orillas del camino para abrir el portamaletas y sacar un chaleco que yacía en la valija de su hermana, pues ya el frío se había colado por las rendijas de la ventana y reinaba fuera y dentro del vehículo. Debió escuchar entonces los pedidos de su hermana de no estacionarse allí, pero él no la escuchó y sólo intentó calmarla con una suave canción de cuna, la canción del soldadito que tanto le encantaba a ella…
Bajó la cabeza y miró el agua cristalina, se acercó a ella y se arrodilló, observó entonces su reflejo y vio por un momento a su hermana junto a él, se dio vuelta lo más rápido que pudo, pero no había nada excepto por un búho que cantaba y lo observaba directamente. Miró entonces otra vez el agua y el reflejo ahora mostraba su rostro decepcionado y triste. Más allá del mismo reflejo vio la escena precisa en que se perdió María, su hermana; cuando él se bajó del auto para abrir el portamaletas, su hermana habría salido corriendo hacia el bosque introduciéndose en él mientras Esteban se distraía abriendo maletas. Cuando hubo cerrado el maletero y hubo vuelto al auto con el sweater en la mano, se percató a través del retrovisor que su hermana ya no estaba…
El mismo búho que habría visto tiempo atrás lo distrajo y Esteban volvió en sí. Lo miró otra vez y le gritó; el búho ni se movió y lo siguió mirando. “Pájaro estúpido” dijo para sí mismo mientras tomaba un poco de agua con las manos y se la vertía sobre su cabeza, recordó entonces todos los sentimientos que se le vinieron cuando se dio cuenta que su hermana no estaba; la risa cuando creyó que ella se había ocultado debajo del asiento, la ira cuando se dio cuenta que no estaba en el auto – “le dije que no saliera, que afuera hacía mucho frío” –, el instinto paternal cuando bajó del auto, el desconsuelo cuando no la encontró fuera y el terror cuando miró todo un bosque que se alzaba ante él, el mismo bosque que ahora lo cobijaba y a ella también.
De pronto las ramas caídas comenzaron a crujir, la hierba empezó a mecerse de un lado a otro, los pájaros salieron volando en dirección contraria y por un momento sintió que los árboles se abrían para revelar un pasadizo. Tuvo que desviar la mirada un rato y restregarse los ojos para percatarse de que era producto de su imaginación, pero lo que sí estaba pasando, era que algo se aproximaba entre los troncos, ignoraba si era algo grande o pequeño, quizás era animal, un perro o un lobo, también podría ser un hombre, o una mujer o una niña o - “¡María!” -, comenzó a gritar Esteban - ¡María!, ¿eres tú? – No se escuchó respuesta alguna, entonces se agachó para agarrar una vara - ¿Quién está allí? – preguntó a la nada con la varilla apuntando hacia ése sector.
- Soy yo, – se escuchó de pronto. – el cuidador de este bosque – Detrás de un tronco salió una persona de edad, tenía arrugas que le colapsaban la frente y los pómulos, los ojos los tenía casi cerrados y hundidos de tal modo que no podía distinguirse el color de ellos, tenía una barba descuidada y el bigote prominente, usaba el pelo largo y suelto que le llegaba hasta la espalda. En sí, la apariencia del viejo era desaliñada, con los harapos que usaba (una sudadera con una chaqueta de guardabosques y un pantalón roto de color verde) más parecía un mendigo que un cuidador. – No te preocupes, no voy a hacerte nada – dijo mientras se acercaba. Exhibía una sonrisa alentadora en su rostro que le dio seguridad a Esteban, quien arrojó la vara al piso en señal de confianza.
- Qué bueno ver humanos en esta zona – comenzó a decir Esteban. – Estoy buscando a mi hermana que se me ha perdido, nos detuvimos en la carretera y ella se incorporó al bosque corriendo mientras yo hacía otra cosa, ¿no ha visto usted a un niñita de unos nueve años corriendo por aquí?
- Es muy difícil ver personas en el bosque, a nadie se le ocurriría correr por entre los árboles. – hablaba lentamente y rasgando la voz, como si apenas le saliera – No he visto a nadie por acá en mucho tiempo; claro, hasta que lo encontré a usted. – Se acercó al visitante y luego miró hacia arriba –Está oscureciendo y no entiendo qué hace usted aquí.
- Ya le dije, - habló Esteban comenzando a irritarse – estoy buscando a una niña que está perdida y no pienso irme de aquí hasta encontrarla
- Debería detener su búsqueda por hoy, hace mucho frío y es imposible encontrar algo sin luz ya que veo no tiene linterna.
Esteban tenía una linterna, pero en una caída estúpida se cayó sobre ella, rompiéndola.
- Si va a estropear mi búsqueda, puede irse por el mismo lugar que llegó – Esteban se estaba molestando con la presencia de tal ser.
El guardabosque se dio cuenta de que el joven estaba molesto. – Disculpe mi amigo, no era mi intención molestar, pero debe saber usted que es muy peligroso recorrer este bosque de noche – Hizo una mueca que inspiraba risa y continuó – Yo traigo una carpa conmigo, puedo dejársela para que pueda pasar la noche.
- Agradezco su hospitalidad, pero no le temo a los animales del bosque; estoy bien preparado para defenderme – le mostró un cuchillo que tenia atado al cinturón.
- Veo que lo está – respondió el viejo -, pero yo no estoy hablando de bestias ni animales, me estoy refiriendo a una cosa mucho peor. Por su ademán me doy cuenta que no me cree, así que no le voy a fastidiar mis historias. Por lo demás, tengo una linterna extra que siempre llevo conmigo – buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó una, se la pasó en la mano y se dio vuelta para marcharse – Espero consiga lo que quiere y le avisaré si encuentro a María.
Esteban lo miró mientras se retiraba y con la intención de detenerlo estiró el brazo, pero ya era muy tarde, el guardabosque se había perdido en la oscuridad. Miró entonces el objeto que le había entregado, una linterna pequeña que iluminaba muy bien. La probó apuntando hacia arriba y se percató que alumbraba hasta la última hoja. Fue a buscar su mochila para sacar una botella que llenó hasta el tope con el glorioso líquido refrescante del riachuelo, lo guardó y partió. Aprovechando los últimos rayos de sol salió corriendo entre los árboles, agachándose para esquivar las ramas que se disparaban desenfrenadas sobre su cabeza, saltando las piedras que entorpecían su camino creyendo que podrían detener su andar, esquivando los arbustos y los troncos como una gacela, pisando el barro con sus bototos que se hundían tres centímetro; pero él no se detuvo y por si fuera poco gritaba el nombre de su hermana con cada exhalación.
No pasaron más de quince minutos y se detuvo, ya la vista no le permitía esquivar el siguiente árbol y la luna no lo acompañaba a su andar, la oscuridad estaba tomando posición en el bosque y no habría podido distinguir un árbol de una persona. Sacó la linterna del bolsillo y alumbró lo que le quedaba por recorrer. Sacó la botella de la mochila y tomó un poco de agua, la guardó y después de una profunda inspiración, partió de nuevo. La linterna la tenía en la mano izquierda y la movía de un lado a otro donde escuchara algún ruido extraño. Por más de una vez oyó aullidos y ladridos, pero él no se detuvo, sólo miraba a los lados cuando los sentía.
La marcha se hacía cada vez más lenta producto del cansancio y de la visibilidad. De pronto se dio cuenta de que lo seguían, no sabía qué cosa era, pero había algo que estaba allá atrás y no dejaba de observarlo. Se detuvo, alumbró hacia el lugar sospechado y sacó el cuchillo con la otra mano. Detrás de él, sintió que las ramas se quebraban y se dio vuelta lo más rápidamente posible. Entonces algo se le tiró encima y la linterna salió volando apuntando en todas direcciones hasta que se detuvo en un charco de lodo apuntando hacia la escena de conflicto: había un hombre tendido en el suelo con un lobo encima que intentaba morderle el cuello. Para defenderse, la víctima tenía el cuchillo atravesado en el hocico de la bestia, presionando con toda su fuerza para que el animal no pudiera cerrar su quijada, pero eso no era todo, la bestia tiraba zarpazos con sus garras hacia la cabeza de Esteban quien se movía de un lado a otro para que no le tocaran aunque más de una vez le hizo una herida en el pómulo. Las patas traseras del lobo presionaban fuertemente los muslos de la víctima mientras ejercía más presión con la mandíbula creyendo que podría triturar el filo del arma con los dientes. La intensidad de la luz iba disminuyendo ya que el charco en el que había caído la linterna estaba accediendo y se hundía lentamente; no pasaron ni tres minutos y ya la luz se había agotado por completo. Esteban seguía batallando contra la bestia y ninguno de los dos cedía terreno, por un lado el cuchillo estaba hiriendo a la bestia mientras que ésta ya había rasgado por completo las piernas de su víctima. Estuvieron mucho rato así, hasta que de un momento a otro el lobo salió corriendo de la posición en que estaba. Esteban, extrañado con la situación, se movió rápidamente para ir a buscar la linterna bajo el temor de que el lobo volviera, pero debido a la absoluta oscuridad, se tardó cinco minutos y diez caídas hasta por fin encontrarse con ella. Cuando la encontró, alumbró a todas partes a ver si encontraba la señal de la bestia feroz que lo había atacado, pero no encontró nada, excepto por las pisadas del lobo que dejó en su retirada. Hasta ese momento no se había cuestionado el porqué la bestia había salido corriendo, y al ver que no regresaba, comenzó a pensar las razones de su huída. No tardó mucho en darse cuenta de que no había ninguna razón coherente ni concreta, “Le di miedo” dijo entonces para sí mismo un poco para darse ánimo y reírse un poco de la situación.
Fue entonces a buscar un lugar cómodo donde descansar y vio al rato una raíz sobresaliente en la cual se sentó. En ese preciso momento, recibió el impacto de sus heridas, hizo una mueca de dolor y prosiguió a revisarlas; en la cara –no tenía un espejo, pero se las palpó – tenía dos llagas poco profundas y uno que otro rasguño pequeño de los que no brotaba sangre, después se revisó las piernas que yacían casi inertes después de haberse sentado, tenía heridas punzantes correspondientes a cada una de las garras de la bestia. Cuando se tocó las magulladuras sintió un intenso dolor que le hizo gritar, después sacó una polera que tenía en su mochila, la rasgó por la mitad y se limpió las heridas para luego hacerse un torniquete, sacó la botella con agua y con ella procedió a limpiarse las llagas de su cara y humectar los harapos que tenía como venda.
“Debo encontrar pronto un riachuelo” pensó en voz alta al ver que le quedaba poca agua en el envase. Miró a su alrededor para buscar uno y al ver los innumerables árboles que lo rodeaban, recordó que estaba allí para buscar a su hermana que se le había perdido. Sintió ganas de llorar como cuando se dio cuenta por primera vez que su hermana se había perdido en el bosque, pero no lloró, se contuvo y retomó fuerzas de sus emociones para pararse y proseguir.
Pero algo le faltaba y no sabía qué era, iluminó entonces toda la zona y un resplandor plateado le vino de vuelta: era el reflejo del cuchillo que estaba enterrado en un árbol cerca de allí. El arma blanca había salido volando cuando el lobo abandonó a su víctima clavándose por ahí. Lo fue a buscar y lo retiró del lugar en que estaba, lo inspeccionó y notó manchas rojas en él, era sangre del lobo que había fluido cuando le rasgó parte de su hocico. “Al menos me quedé con un recuerdo de él” pensó “De todos modos el se llevó algo mío en sus garras” y se miró las piernas que habían ensanchado por el nudo que había hecho alrededor de ellas.
Se alistó para seguir su búsqueda; limpió el arma blanca con un poco de agua y el resto lo usó para satisfacer la sed que le había brotado con el encontrón, ató el cuchillo a su cinturón, se puso la mochila al hombro y después de inhalar y exhalar reiteradas veces, prosiguió su búsqueda con un trote rápido.
Con cada paso que daba, el dolor se agudizaba y molestaba en su travesía, incluso muchas veces tuvo que detenerse para apoyarse en un árbol a descansar un buen rato.
Pasaron dos horas hasta que se encontró nuevamente con una vertiente de la que pudo beber y rellenar su botella. No estuvo mucho tiempo descansando a orillas del riachuelo, Esteban sabía que debía encontrarla lo antes posible.
Llevaba diez minutos trotando cuando una raíz a baja altura se enredó con sus pies haciendo que cayera de bruces sobre el suelo húmedo. A la caída, se enterró una piedra filosa en el estómago que lo dejó adolorido un rato. Con el impulso con el que iba, la linterna se le arrancó de sus manos cayendo mucho más allá. Después de restregarse la zona recientemente dañada, se aproximó a recoger la linterna y notó que al lado de ella había un collar dorado, lo reconoció de inmediato; era la gargantilla que su padre le había regalado para el día de su primera comunión, era de oro y tenía una medalla en que tenía grabada una cruz. La recogió y se ilusionó con lo que había encontrado. Lo guardó en el bolsillo después de haberlo besado y siguió corriendo luego de haber recogido la linterna.
Mientras corría – ya no trotaba al saber que su hermana había pasado por allí – pensaba en la linterna; llevaba durando tres horas y todavía no mostraba señal de agotamiento. “Tiene excelentes baterías” pensó en voz alta. Error garrafal: la ampolleta de la linterna al rato comenzó a pestañear. Esteban, preocupado, se detuvo y le dio unos golpecitos con los cuales se recuperó.
El bosque se había quedado callado de un momento a otro, los pájaros ya no canturreaban, el crujir de la madera se había detenido, ni siquiera el viento soplaba. E incluso su corazón no palpitaba excitadamente sino que se movía pausadamente aumentando la sensación de vacío alrededor de Esteban.
“Es terrorífico el bosque” pensó “pero lo es aún más cuando está en silencio”. Una risita se esbozó en su cara y gritó: “María” como ya había hecho muchas veces, pero esta vez fue diferente; esta vez se escuchó una respuesta, una mujer le había contestado con inseguridad. ¿Podría ser? ¿Podría ser su hermana la que había respondido? ¿La habría encontrado al fin después de seis o más horas de recorrer desesperadamente el bosque? Eso no le importaba, alguien que podía ser su hermana le había contestado y, corriendo aún más rápido, fue hacia el lugar donde había escuchado la voz de la niña.
“¡María!, ¿eres tú?” gritaba mientras corría. Cruzó un umbral generado por dos árboles que se extendían en forma de arco y se encontró con un destello que lo dejó ciego algunos segundos. Sintió el cálido abrazo de una persona que se había abalanzado hacia él con mucha fuerza.
El dolor se hizo nada, la angustia cesó por completo y el cansancio se hizo nimio ante la desenfrenada euforia que le brotó desconsoladamente ante la presencia de aquel ente que estaba ahí, junto a él. El encandilamiento que había sufrido momentos antes se fue y pudo ver el rostro dichoso de su hermana que lo miraba con los ojos llorosos. Estuvieron largo rato así, mirándose mutuamente con los ojos hinchados de tanto llorar y sonriendo, lanzando de vez un cuando una risita extraviada que se perdía en el silencio del bosque.
- ¿Estuviste tanto tiempo buscándola para no decirle nada? – una misteriosa pero conocida voz se había interpuesto en la felicidad tácita en que se hallaban, pero no importó. “¡Qué bueno verte hermanita, no sabes cuánto te eché de menos!” dijo al fin Esteban y rompió en un cálido abrazo que desembocó en una sinfonía de llantos que entorpecieron el “concierto para naturaleza” de Beethoven.
Estuvieron así largo rato, hasta que Esteban se vio interrumpido por una incertidumbre. La voz que había escuchado hace poco rato era la voz del guardabosque, pero qué hacía él con ella en ese lugar del bosque. Se separó un rato de su hermana y lo miró fijamente.
- ¿Qué hace usted aquí? – preguntó con un poco de desconfianza, a tal grado que con su mano derecha tomó el mango del cuchillo
- Esperándote – rió el viejo. Luego de ver la cara de confusión de Esteban, agregó: – Puedes soltar tu cuchillo, no te voy a hacer nada. Verás, yo estoy al mando de un ejército, el mismo que ayudó a los autóctonos a detener el avance de los españoles, el mismo que combate día a día contra la contaminación, el mismo que lucha contra los vientos imprudentes, el mismo que batalló codo a codo con el ejército libertador contra los realistas, el mismo que se plasma en la leyendas y mitos: el ejército del…
- …Bosque – dijeron al unísono Esteban y su hermana.
Todo adquiría sentido en ese momento. Fueron los árboles los que quitaron de encima al lobo que apresaba a Esteban, fueron las hojas las que lo cobijaron cuando éste se hallaba cansado, fueron las raíces las que hicieron que se cayera justo en el lugar donde estaba la gargantilla, fueron los árboles los que se movieron para formar un sendero hacia su hermana, el bosque fue el que invocó el silencio para que pudiera escuchar la respuesta de su hermana, en fin, ahora estaba con ella.
- ¿A esas criaturas se refería usted cuando me advirtió de los peligros del bosque? – preguntó Esteban
- Pues sí – respondió – Cuando una persona se pierde por tres días, el bosque vuelve de madera al visitante y lo convierte en uno de ellos, es una acción de reclutamiento. Ahora, pueden seguir en esa dirección y podrán llegar a la carretera, de todos modos mis soldados los guiarán.
Mientras decía la última frase, su cuerpo se volvía de madera de pies a cabeza y crecía hasta el infinito, de su cuerpo salían hojas y ramas, una de ellas apuntaba directamente un pasillo entre los árboles.
No sin sorprenderse, abandonaron el bosque sabiendo que dejaban atrás a los soldados de roble.

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